Esta mañana, en el marco del programa Habilidades para el éxito, uno de los que promueve la organización Junior Achievement, tenía que tener la primera intervención, de las siete que me corresponden, con un grupo de alumnos en 4º de ESO. Iba al colegio en metro, tenía los objetivos claros, mi intervención perfectamente preparada y un gripazo de aupa, lo que no me impedía que me fuera preguntando cómo ganarme la atención y escucha de estos chavales, pues ni se trataba de impartir una clase magistral ni de hacer alarde alguno, simplemente de resultarles útil.

La cosa no era tan difícil: naturalidad e integridad, un lenguaje sencillo para chicas y chicos de 15 años, ganarme su confianza desde el primer segundo -mirarles y sonreir- manteniendo la seriedad y el respeto, llamándoles por su nombre, ofrecer cercanía con un tono de comunicación cordial, abierto, distendido, invitándoles a participar, estableciendo un par de reglas sencillas, preocupándome por hacerme entender y ayudándoles a reformular cada idea principal –no muchas, tres-, ofreciéndoles un trato respetuoso, estimulándoles a pronunciarse y a no temer confundirse, siendo leal al grupo –son uno- y asignándoles pequeñas tareas de ayuda, haciéndoles perder el miedo.

He regresado con la impresión de que en esa hora me he ganado su confianza y me he sentido satisfecho porque ellos, los dieciocho, han llegado a una primera conclusión: “Tenemos que aprender a comunicarnos para trabajar en grupo”; una conclusión que me parece de primera y que es suya, y la primera de las siete que me he propuesto dejar en su recuerdo. “Tenemos que…”. Si capto la necesidad, es posible que me esfuerce por hacerlo mejor.

¿Cómo nos ganamos la confianza de los otros? Sin duda, con honestidad. Siendo nosotros mismos, pero sin necesidad de avasallar a alguien; con respeto, mediante sencillas fórmulas de comunicación, ampliando nuestra ‘rejilla’ pública, agradeciendo que nos ofrezcan ver lo que perciben de nosotros, compartiendo y delegando responsabilidades, poniéndonos en su lugar, mostrando lealtad, sin aprovecharse de las circunstancias. Siendo gente normal.

¿Es tan distinto en las empresas? Me parece que no, solo que no lo hacemos.

Cuando trabajaba en selección de directivos muchas veces comentaba que lo más difícil en selección era encontrar gente ‘normal’, queriendo expresar con ello la mucha patología que existe en el mundo del trabajo y más en el sector de los ‘ejecudivos’.

Sin ganarse la confianza no se puede pretender ser popular, tener autoridad sobre alguna materia o tener la capacidad de influir en otros.

Ya de regreso a la oficina, también en metro, se me ocurrió que quizá no estuviera de más que dedicase unos minutos a reflexionar sobre mis índices de popularidad, autoridad e influencia en la empresa y me vine anotando algunas preguntas para mi autoevaluación:

¿Se me requiere? ¿Se me invita a participar en determinados proyectos? ¿Recibo la información que necesito? ¿Cuál es mi volumen (y calidad) de interacciones? ¿Qué número de interacciones no requeridas por mi actividad tengo y mantengo con buena salud?…

¿Se admiten mis propuestas? ¿Se considera mi criterio? ¿Se me confía la gente? ¿Se me menciona como referencia para defender posturas o para aprobar decisiones? ¿Se me formulan consultas desde diferentes estamentos? ¿Se me pide apoyo o consejo? ¿Se me confiere la calificación de experto? ¿Se me consultan asuntos de empresa que exceden el ámbito de mi actividad?…

¿Influyo en los demás? ¿Hacia los de arriba? ¿Hacia los de abajo? ¿Lateralmente? ¿Se votan mis propuestas a favor? ¿Me sigue la gente? ¿Mi palabra tiene un valor en la organización? ¿Cuento con aliados? ¿Tengo ‘buena prensa’? ¿Recibo confidencias? ¿Se me incluye en el circuito informal? ¿He contribuido a modificar decisiones de otros?…

La reputación que pueda tener un oficio o la que se le confiera a una profesión no salva al profesional mediocre del juicio de incompetente. A priori, la ‘magia de la bata blanca1 no convalida examen cuando, en el ejercicio de su rol, el profesional no acierta a reputarse frente al ‘paciente’. De incio se le concede la ventaja de la casta médica, quizá amparada en la herencia filogenética desde la sociedad tribal (magos, brujos, chamanes, curanderos…), pero la interacción es determinante y los resultados cantan por sí solos.

Ganarse la confianza contribuye a reputarse. Pero la confianza no se gana en una hora, ni en siete sesiones; se construye en el día a día todos los días, en cada acto, con cada gesto, en cada intervención y no solo hay que mantenerla, sino que resulta imperativo revalidarla.

Y esto solo lo pueden hacer personas normales que, sin menoscabo de su competencia profesional y sin afección, resultan cercanas, seguras de si mismas y respetuosas, asertivas y capaces de poner por delante el talante humano ante los humanos: humanizándonos.

© jvillalba

1. Reconocimiento previo que se les confiere a los médicos por el mero hecho de licenciarse en medicina y por extensión a otros profesionales.