You are currently browsing the tag archive for the ‘Transparencia’ tag.
La comunicación interna tiene su punto de partida en la historia y desde allí se perpetúa perdurando sin descanso, regenerándose con el día a día, en las interacciones entre iguales y asimétricos; se construye dual y multitudinariamente en el devenir de la jornada, con propios y extraños, al rebufo del transcurso de los acontecimientos, en la dinámica misma de las relaciones, desde primera a última hora, que es donde experimentamos el verdadero estilo de empresa, fluyendo en cada instancia con un influjo que no reposa porque su reflujo persiste en aledaños y vacíos y también fuera de hora.
La comunicación no es hablar, ni decir, ni consiste en crear discursos ni en recrear historias más o menos creíbles, más o menos compartidas. O al menos no es solo eso.
Hacer comunicación es construir relaciones. Es recrear vínculos emocionales por lo que haces; es decir sin decir. Es hacer. Es demostrar; es ser capaces de hacer patente aquello de lo que se habla. La comunicación, en la empresa también, es poder acreditar aquello de lo que se presume.
La prueba del algodón, también de la comunicación interna, es conseguir transfundir un clima de entendimiento, aún en las diferencias, mediante el diálogo y con independencia de las fórmulas en que se éste se sustente; es demostrar una actitud que fertiliza el camino para encontrarse; es una invitación de ida y vuelta que se fortalece en las actitudes de quienes sencillamente dialogan.
Hacer comunicación es ayudar a comprender el por qué de las cosas, es contribuir a dilucidar el fundamento de los asuntos, es dar sentido a los acontecimientos, es lograr respeto y conferir protagonismo para edificar el quehacer diario.
Comunicar es invitar a conocer; es recabar el concurso de los demás; es hacer de ello una experiencia única en la que merece la pena intervenir. La comunicación compensa porque dialogar es abrirse a saber.
La comunicación, cuando es auténtica –también en la empresa-, es la que trasciende a la información y se plasma en hechos ciertos; es la que se acredita en la evidencia, en la objetividad compartida y se termina forjando sin palabras. Los discursos son aquí, en la comunicación auténtica, crónica de realidades, mayoritariamente incontrovertibles, que se gestan en las percepciones compartidas y se ultiman en la emocionante experiencia de sentirnos héroes cotidianos; miembros, quizá prescindibles, pero en todo caso insustituibles, de un equipo y -en definitiva- seres queridos, personas reconocidas, profesionales valorados.
La comunicación a la que aspiro, para las empresas que imagino, no parte de comunicados de ni discursos, ni tan siquiera de los planes de comunicación, en todo caso allí acaba, allí concluye, allí cobra forma y se remansa.
© jvillalba
El Monitor Europeo de Comunicación es una encuesta anual sobre las tendencias futuras en la gestión de la comunicación y relaciones públicas que, además de identificar patrones y tendencias relevantes, ha de servir a modo de referente para los profesionales a fin de poderle tomar el pulso y la situación al oficio que desempeñan en su ocupación actual.
Así, este estudio empírico, en tanto que «facilitador estratégico», entre otras muchas, aporta dos afirmaciones, creo que a estas alturas evidentes, pero no por ello reconocidas, que me parecen especialmente relevantes: (1) “La cultura organizacional y el estilo de liderazgo son interdependientes”; y, (2) “La Influencia de la función de comunicación se correlaciona con la posición formal y el poder del DIRCOM”.
Ello significa, por un lado que la cultura de la empresa, su praxis y sus rutinas, sus hábitos de interacción, plasmados también en un determinado estilo de liderazgo, condicionarán tanto la calidad como el tipo de comunicación que se ejerza; luego habrá que influir sobre la cultura organizativa, es decir, sobre los comportamientos organizacionales si se quieren adoptar ciertas estrategias comunicativas u operar cualquier otro cambio en el estilo de comunicación de la empresa, lo que afecta muy especialmente a la comunicación interna o, dicho de otro modo, a las relaciones e interacciones internas.
En segundo lugar, según esté posicionada la comunicación en la estructura jerárquica formal, lo que equivale a decir el estatus que ostente el director de comunicación y, por ende, el poder que detente, así será el grado de influencia (ejecutiva y de asesoramiento) de la función de comunicación en el conjunto.
Por el contrario, (2) no se puede pretender influir, a nivel organizativo global, desde el apartamiento de los centros de poder, como tampoco se puede (1) propiciar una comunicación activa, espontánea y participativa en estructuras de liderazgo cuyas bases de la autoridad se sujetan en el poder formal.
Me interesan ambas observaciones.
Conviene, por tanto, que los profesionales nos situemos en un marco de realidad y no nos confundamos, pues nuestro trabajo principal es, como dije antes, actuar como un «facilitador estratégico», una palanca que ha de coadyuvar a conseguir los objetivos de empresa mediante el planteamiento de acciones alineadas, concomitantes y en paralelo con el actuar del negocio y las necesidades de quienes lo hacen posible, reforzando y respondiendo a la visión y al posicionamiento que tengan como referentes.
Un plan de comunicación interna que no tenga en cuenta estas cuestiones y se aventure a proponer acciones o a idear medidas basadas en modas y tendencias afirmadas, pero que no han sido asimiladas por la organización o que incluso se le oponen, como ha podido suceder con la introducción de la web social en el seno de las empresas, está abocado al más rotundo fracaso por pretender trabajar a dos velocidades, en ocasiones muy diferenciadas.
De cara a los próximos cinco años el Monitor Europeo nos propone cinco áreas críticas de desarrollo en las que tenemos que trabajar para poder desarrollar la comunicación.
La primera tiene que ver con la cada vez mayor imbricación que tienen en nuestras vidas los mundos analógico y digital, lo que en la faceta interna requiere un grado de asimilación que todavía no hemos conseguido porque tampoco hemos logrado apartar las amenazas que se le oponen.
Alinear la comunicación con la estrategia del negocio es ya un imperativo categórico, como también lo será encontrar el propio ROI&IOR de la comunicación para demostrar su utilidad práctica.
Aquí ‘negocio’ no es solo ‘negocio’, sino también responsabilidad y ocio no-ocioso, pues el buen gobierno corporativo, la gobernanza o la gestión responsable, sostenible en su plena acepción, será una de las áreas en la que la comunicación tendrá que desarrollar significados y significantes aliados con la productividad.
La transparencia (externa-interna) es un gran reto, como también interactuar y relacionarse con las audiencias actuales, cada vez más activas y comprometidas. Pero se deberá ser capaz de mantener la unidad y coherencia del individuo (dentro-fuera), pues la persona-consumidor es la misma y no otra que la persona-trabajadora. Las empresas no podrán someter a los trabajadores a la dicotomía y escisión que hoy supone expresarse de una manera fuera y de otra dentro.
Finalmente, en este esbozo del referido informe de julio, la comunicación tendría que evolucionar de las construcciones de realidades locales y anecdóticas a la edificación de la credibilidad estableciendo las bases de la confianza para que empresas y líderes sean capaces de entusiasmar a su público para lograr los fines que deban cumplir, en un marco de ética personal y moralidad empresarial sin lo cual no será posible plantearse un futuro longevo.
© jvillalba
Empiezo a dudar.
Hay veces que, a medida que se avanza en la lectura un post –no referiré alguno por respeto; pero también por prudencia-, uno empieza a albergar sospechas. Cuando esta experiencia se repite, el que esto suscribe empieza a poner en duda los verdaderos propósitos del blogger que así postea. Bueno; y lo dejaba ahí…
Hasta un momento en el que, al crecer la duda, empecé a dejar de confiar en algún autor de textos que, más bien, empezaban a parecerme más propios de vendedores que de prescriptores; autoridades que creía que eran.
Como siempre duele reconocerse desconfiado sin otros pertrechos que meras sospechas, cada vez que empezaba a sorprenderme dudando de los verdaderos motivos de un autor, empezaba a buscar indicios en un intento de disipar mis infundadas suposiciones o, por contra, hallar algún dato que disipase mi sentimiento de culpa por reconocerme poco menos que paranoico, pues por principio, y sobre todo por respeto a mi mismo, que pretendo ser un navegante en la misma blogosfera que otros bloggers circundean, no debo -¡ni tan siquiera!- permitirme abordar una lectura desde la desconfianza. Ello equivaldría a admitir una enfermiza perspectiva si no había razón para ello.
Pero es verdad que, sin proponérmelo ni mediar juicio previo alguno, en ocasiones he experimentado esto que digo, que me sorprendo sospechando de las verdaderas motivaciones de algún blogger.
¿Por qué me sobrevendrá tal sensación? ¿Será por el tono empleado? ¿Por su verbo imperativo, no sé si fruto del convencimiento o no? ¿A causa de lapsus desafiantes? ¿Puede que debido a imperceptibles tics de soberbia? ¿Qué me hace sospechar? ¿Mi lectura entre líneas?
Durante tiempo no reparé en ello. Sabía de la existencia de reconocidos influenciadores, expertos reputados a quienes empresas y organizaciones acuden en demanda de ayuda, poniéndose a su disposión para informarles “con pelos y señales” para buscar su aprobación, dejándoles hacer, con la esperanza de que contribuyeran a reputar, por propio convencimiento, los asuntos motivo del contacto, cita o convocatoria.
Todos conocemos casos; todos seguimos a algunos en espera de aprender al rebufo de sus manifestaciones.
No es un secreto que reputados bloggers se han ganado a pulso la condición de e-fluentials, siendo considerados auténticos prescriptores por la comunidad. Son muchas las marcas, y también las instituciones, que sabedoras del poderoso efecto WOM1, pretenden ganarse el respeto de los líderes de opinión con la esperanza de que hablen bien de ellas.
Todos nosotros, con el tiempo, vamos haciendo nuestros pinitos. Algunos nos llaman para proponernos alguna colaboración, lo que nos agrada porque representa un pequeño reconocimiento, y accedemos gustosos a publicar alguna nota en sitios que nos inspiran confianza y nos ofrecen la difusión de nuestras ideas u opiniones, aportando flujo al medio o a la comunidad. Todos salimos ganando y no prima ni la relación ni los compromisos dinerarios. Y nuestro prurito profesional se engalana con estos pequeños reconocimientos.
Y no hay nada más que añadir cuando el blogger está en la Red sin pretensiones de monetizar contribuciones, aprovechando una vía de expresión con el talante de intercambiar perspectivas con los miembros de la comunidad y enriqueciéndose con ello.
Pero también sucede que hay patrocinadores buscando posicionar sus productos o servicios, queriendo ganar influencia, y tocan aquí y acullá ofreciendo fáciles o suplementarias ganancias. Así, puede haber artículos patrocinados –a 30 ó 60 o más euros- y enlaces en los blogroll esperando sumar 10 céntimos de euro por clic.
Tales pensamientos le sobrevienen a uno cuando se evoluciona del ofrecimiento colaborativo a título gratuito a la propuesta pecuniaria. Tal es el caso.
No tengo algo que objetar a quienes, sin que sea ésa su fuente de ingresos principal, adoptan una estrategia de monetización; quizá su futuro evolucione por dicha vía y, en consecuencia, decidan transformar su bitácora personal en un blog profesional a la búsqueda de rentabilidad. Pero reconozco que me causa cierto desasosiego enredarme en algunas lecturas que me parece que responden más a los intereses del pagador, ocasional o no, que al propio criterio del autor que firma de buena fe sus posts.
Si de transparencia hablamos, un post patrocinado siempre tendría que indicarlo visiblemente y el patrocinador debería admitir la independencia y el sentido crítico del blogger contratado, pero ¿le restaría enteros al prescriptor? Pero de lo que no me cabe duda es de que si un post patrocinado es ciego, entonces el blogger admite poner en serio riesgo su reputación, aunque solo sea ante quienes le contratan y aunque pase desapercibido por ser ocasional. Difícilmente puede hablarse en público no bien de quien te paga y que éste siga contando contigo, no parece ser una lucrativa técnica SEM. ¿O sí?
Si el patrocinador propone los términos a introducir y resaltar y facilita las URL’s a las que apuntar, quien lo admite asume mediatizar su libertad de expresión.
¿Es lícito o ilícito? ¿Es una oportunidad o una amenaza?. Que cada quien decida lo suyo, haga balance y proyecte su futuro a su antojo. No seré yo quien critique a quienes tengan la aspiración –que me parece lícita- de hacer de la Red su medio de vida. Salvo que categoricen e identifiquen sus posts patrocinados, simplemente eliminaré sus feeds de mi bandeja de lectura y dejaré de seguirles.
© jvillalba
—
1. WOM: word of mouth (boca oreja).
La comunicación es a la incomunicación lo que la luz a la oscuridad.
Hay empresas oscuras; mientras que otras aparecen radiantes y luminosas. No hablo de su imagen, como tampoco de su lustre externo, como ejemplificaría la última oferta de Coca-Cola: la alternativa de un mundo mejor. Me refiero a los sentimientos que dichos edificios evocan en la legión de trabajadores perdidos entre bastidores oscuros, desvencijadas claraboyas, almacenes polvorientos y desordenados proscenios, frente a aquellas otras sensaciones que experimentan quienes desarrollan, con mayor fortuna, sus actividades en otros escenarios luminosos, seguros del papel que están representando. Sabiendo lo que hacen; y haciéndolo en consecuencia.
La información es a la desinformación lo que la rosa de los vientos es a la incertidumbre, lo que el día a la noche tenebrosa que, cegada sin estrellas en las que amparar el rumbo, sin horizonte al que dirigirse, nos hace sentir perdidos y atrapados en la negritud.
Hay empresas oscuras, lóbregas, semejantes a mazmorras en las que las personas se sienten galeotes de la ignorancia, reos de la confusión, zigitas al son de la monótona percusión.
Mi metáfora es un exceso; lo sé. Como tampoco se me escapa que hay veces en las que deformar la realidad, caricaturizarla, afilar todos sus rasgos, nos ayuda a comprender.
Hay empresas luminosas, amplias, bien distribuidas, edificadas con amplias salas, diáfanas, diseñadas para albergar estancias transparentes e incrustar amplios ventanales por los que abrirse al exterior, al paisaje, dejando filtrar la luz, renovando y haciendo respirable el aire.
Por el contrario, las hay oscuras, contrapuestas, sombrías, que no son capaces de acertar a reproducir otros estilos, por más que se esfuerzan, que le son impropios; pues difícilmente puede aparentarse lo que no se es. Construido el edificio con materiales baratos, incluso de deshecho, no resulta posible transformar lo opaco en translúcido, lo mugriento en limpio, por más que se invierta en limpieza de locales. Como mucho, lo opaco quedará limpio y reluciente, pero nunca será translúcido.
La comunicación es eso, un constructor de constructos, edificios, locales o naves, un armador de embarcaciones, cuyo diseño facilita, cuyo ambiente cala, cuyo entorno condiciona, cuyas vibraciones se contagian para bien o para mal. Y una empresa, al igual que una nave se calafatea, se edifica a base de materiales nobles, uno de los cuales es precisamente la comunicación, uno en el que no se puede ahorrar para asentar cimientos y forjar estructuras.
La arquitectura empresarial está necesitada de la brea y forja comunicacional, un arte para embarcar en proyectos redondos y luminosos a legiones de trabajadores que aspiran a ser parte de un proyecto ilusionante. Es lo que llamo comunicARTE o la estrategia de cumplir para la totalidad de la comunicación, en y de las empresas, cuatro sencillas fórmulas: Actualidad, Relevancia, Transparencia y Ética.
© jvillalba
Según informó Dossier Empresarial (Nº 114), el periodista Carlos Salas acaba de publicar su tercer libro, en esta ocasión en LID Editorial: “Las once verdades de la comunicación”.
Vaya por delante que ya me he anotado el ISBN para leerlo este verano, pues ya me llama la atención que las verdades sean 11 –el número del líder- y que alguien refiera sus mentiras, que las hay. ¡Y muchas más!.
En la entrevista, Salas asegura que la mayoría de los empresarios cree que lo mejor es no decir la verdad y defiende la tesis de que, antes o despues, dicha práxis se paga. Su propuesta, con las reservas lógicas que recomienda un elemental principio táctico de confidencialidad, es que decir la verdad trae cuenta, pues a la postre todo se sabe.
La defensa de la verdad, según lo dicho, descansa entonces en una estrategia defensiva: puesto que todo se sabrá, mejor no mentir para evitar que le pillen a uno en un renuncio. Ya digo que tendré que leer el libro, pues de una breve entrevista promocional al contenido completo y original hay mucha distancia.
No obstante, me chirría el breve planteamiento que se ofrece en la transcripción de la entrevista, pues no lo encuentro sólido.
¡Claro, que si tengo que regirme por algunas de las transcripciones de que he sido objeto, mejor poner en duda la tesis del autor hasta conocerla y digerirla directamente del original”. Pero no por ello deja de tener miga el asunto, reconózcanlo.
Otro párrafo que me golpea, una vez expuesto que nuestros empresarios y políticos se comunican “bastante mal”, con lo que concuerdo, son los renglones que dedican los entrevistadores al manido modelo Obama y a Hugo Chávez, quienes, desde el punto de vista de la comunicación, le parecen al autor fueras de serie.
Aquí la lexía ‘fueras de serie’ interpreto que hay que leerla como infrecuentes, si bien a mi me parece que cada uno de ellos está en un extremo de la curva.
En fin, una reseña que ha despertado mi interés, que con seguridad se traducirá en un acto de compra.
© jvillalba
Lo que no se le perdonará jamás a Blair, como a ningún dirigente, ni tan siquiera a semejante alguno, con independencia de su condición, es la mentira. Blair mintió.
The Iraq Inquiry trae a mi agenda ‘una grave ignorancia’’, rabiosamente actual, que, en estos momentos, ejemplifica a la perfección el affaire Tony Blair (de quien debo decir que su correcta dicción del inglés siempre me llamó poderosamente la atención).
El que fuera líder del partido Laborista y en tres años se llegara al frente del Gobierno Británico, bajo el marchamo de la credibilidad, por principal virtud, un año antes de cumplir el primer decenio al frente del partido, consiguió que el 67% de los británicos se sintiera engañado (Sunday Telegraph), cumplidos los diez, ya se había ganado a pulso que el 55% de los británicos creyera que había mentido; en aquel mismo 2004, ya tan sólo le creía honesto un 37% de la población británica (The Guardian) y hoy “… sólo un tercio de los británicos cree que Blair actuara de buena fe cuando decidió meter al Reino Unido en la guerra y un 25% cree que el ex primer ministro debería ser procesado por crímenes de guerra.”
¿No les suena familiar el asunto? Sigo…
Un affaire que, en teoría, se iba a resolver en el mes de marzo de 2003, en tres semanas, y que ha supuesto –sin considerar los costes de los antecedentes- años de despilfarro con un alto coste social (también en vidas) y que se ha transformado en lo que, a la postre, también es un debate sobre la integridad de los dirigentes y la transparencia informativa.
En el escenario, numerosos ingredientes de los que entresaco alguno:
- Una información errónea, ‘exagerada’, y que, cuando menos, era dudosa (sobre cuya base se forzaron decisiones).
- Unas correcciones informativas, con las consiguientes recomendaciones de prudencia (por parte de los servicios de inteligencia) que se ocultaron (porque resultaban decisivas sobre la dirección de la decisión que se quería tomar).
- La manipulación de datos para introducir la presión de la urgencia en el proceso de decisión y poder dirigir la acción en la dirección deseada (los famosos ‘45 minutos’ por todo tiempo de respuesta ante la amenaza ‘fantasma’: que Irak pudiera hacer uso de armas de destrucción masiva).
- Orquestación de un grado de certeza, que no era tal, sobre la información obrante en poder del público.
- La adopción de un antecedente histórico (11-S), convenientemente utilizado (para provocar reacciones de miedo y rechazo del ‘fantasma’), que de no figurar en el escenario hubiera hecho variar la evaluación de la situación que se quería forzar.
- Un director de comunicación y estrategia -Alastair Campbell, el rey del spin-, un asesor que transforma realidades y se muestra hábil con el lenguaje («Yo no estaba haciendo sugerencias, sino observaciones»); por el que también se sabe de la existencia de un compromiso por escrito que obligaba al primer ministro ante el dirigente de la primera potencia mundial.
- Otro ‘asesor’, en este caso un asesor político -Jonathan Powell-, que hacía las veces de ‘burócrata’ al servicio del sistema («el primer ministro enfatizó constantemente que se debían seguir los procedimientos habituales en Defensa»), para dar por supuesto un aire de racionalidad a lo injustificable.
- Un comunicador al servicio de la verdad –Andrew Gillian-, periodista de la BBC, que puso al poder sobre las cuerdas tal que un día, a las seis de la mañana, en una crónica radiada que motivó el conflicto Downing Street–BBC (se puso de manifiesto la manipulación informativa de que se estaba siendo objeto).
- Una cabeza de turco a la que también salpica directamente la crisis de credibilidad del dirigente -Geoff Hoon-, en este caso un ministro de defensa (que formaba parte del ejecutivo).
- Una víctima (en este caso real), un cadáver –el de David Kelly-, un asesor del Ministerio de Defensa en armas biológicas y, a la vez, una de las fuentes de la BBC. Y una legión de perjudicados que sufren daños irreparables (que tampoco se subsanan por mucho que les pese a los decisores; si les pesara, no se permitirían ni la posibilidad de causar un mínimo daño -irreparable- a algún semejante, y menos en virtud de sus propios intereses).
¿No les resulta familiar el asunto?
Que alguien reconozca que se ‘fió’ de una información (que reconoce errónea) no basta para readmitirle en el círculo de la credibilidad, menos aún cuando se sabe que se informó debidamente del error y se ocultó (a sabiendas) a adversarios políticos y opinión pública (para poder persistir en ello, en el ‘error’ que garantizaba el éxito de la decisión).
Que alguien diga asumir la responsabilidad por lo acontecido, con o sin arrepentimiento –como es el caso-, no basta para recuperar la credibilidad. Ya nunca será posible, pues este debate descansa en la integridad.
¿No les trae a la memoria otros sucesos?
Este caso, aún pendiente (en el que todavía no media un cierre judicial, como en tantos otros), me hace reflexionar sobre si para tomar ciertas decisiones (injustificadas e injustificables –como muchas lo son-) hay que ser un hombre sin conciencia.
Sabiendo que no es ni puede ser ‘toda’, ¿cuánta información se necesita para tomar ciertas decisiones? Quizá numerosos debates en el seno de las empresas debieran enfocarse por ahí.
© jvillalba
Últimos comentarios (5)